The Artist


"The Artist"

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El pasado día 7 de enero tuve el placer de ver “The Artist”. Toda una sorpresa, una propuesta a la antigua que hace por un instante que el cine recobre su sentido. Siempre es un placer degustar este pequeño aunque dulce bombón hecho película. El causante del atrevimiento lo ha tenido “Michel Hazanavicius” en 2011…como si fuera hace mucho tiempo ya



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Lo primero que me llamó la atención al entrar en la sala, bueno a la hora de comprar mi entrada para ser más exactos, es la advertencia que nos hacen respecto a la película que sabiamente hemos seleccionado para su visionado: “Atención, Película Muda y en Blanco y Negro”…¿y qué? Ningún problema.

Hay mucho indignado de pacotilla y semi-intelectuales de medio pelo que entra en las salas sin tener la más remota idea de lo que van a ver. La cosa quedaría en anécdota si luego eso mismo que se anuncia como advertencia (que es en blanco y negro y muda) no lo usarán como “crítica negativa” dejando claramente en evidencia su estupidez. Hay que saber que se va a ver amigos…uno no puede entrar a ver “El Capitán América” y esperar ver “Hamlet”… lo mismo ocurre en caso contrario. De modo que esa oportuna “advertencia”, no debería tener lugar con un público medianamente inteligente…y al “Árbol de la vida me remito” que incluso llegaron a devolver entradas…lamentable la actuación de cierto público. Vuelvo a decir lo mismo, hay que enterarse un poco al menos, de la clase de película con la que te vas a encontrar.


"George Valentin y Peppy Miller en su primer encuentro"

The Artist no llega al nivel de exigencia que “El Árbol de la Vida”, pero si encontré en la sala a familias con su cuadrilla de niños…lo que en un principio vi con recelo, luego resultó asombro al comprobar que los chavales disfrutaron más de la película que sus atónitos y perplejos padres. Este último estúpido párrafo no tiene otra intención que la de plantear una posible recomendación para todos los públicos.

La película es un homenaje en toda regla al cine de finales de los años 20, comienzos del 30. Y es tal su meticuloso sentido de homenaje, que el director, para plasmar su historia, nos la cuenta con los mismos recursos de la época, es decir, con los recursos que antes de entrar en la misma sala de proyección nos advertía: está realizada en blanco y negro y es una producción muda. (Salvo brevísimas excepciones que luego comentaremos.)

La historia se desarrolla en el “Hollywoodland” (punto extra para el director al mostrarnos la colina con el letrero original de Hollywood, con el apéndice Land de aquella época) de los años 30, justo en el periodo donde se produciría una de las revoluciones del cine: el nacimiento del sonido. Después de “El Cantante de Jazz” el cine no volvería a ser el mismo. Las productoras sabían del filón que representaba ese avance como reclamo para llenar las salas y no dudaron de catalogarlo como el futuro de su negocio. No faltos de error naturalmente, en la floreciente y lucrativa industria del cine.


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Un periodo concreto en la historia del cine. Para contarlo, el director lo hace a través de los ojos y vivencias de sus personajes, y como hemos mencionado, con sus mismos recursos.

Lo viejo deja paso a lo nuevo.

Una máxima cruel sin duda y carente, desde mi punto de vista, de razón absoluta. El viaje comienza con la época de esplendor y apogeo de lo que podemos considerar “lo viejo”.

Nuestro actor del momento saborea las mieles del éxito, la fama y la fortuna. Un diamante perfectamente pulido, mimado por su productor ya que hace engordar las arcas con contantes y sonantes fajos de billetes de dólares. La película comienza mostrándonos su última producción, en una sala de cine de proporciones titánicas abarrotada de gente perfectamente vestida y etiquetada que observa los gestos de lo que ellos consideran hasta ese momento su héroe.


"Bérénice Bejo junto con Malcolm McDowell, el geníal y recordado "Alex" de la Naranja Mecánica en su brevísima intervención en The Artist"

El cine mudo proyectado es acompañado por orquesta real que acompasa con una exquisita sinfonía, los dimes y diretes del héroe fílmico. Las espectadoras velan embelesadas cada movimiento del galán, mientras que los espectadores miran con recelosa comparativa los movimientos y conquistas que sin duda ellos harían mejor.

Termina la película con estruendoso aplauso, para tranquilidad de su productor, interpretado por John Goodman, y en el escenario aparece él: George Valentín, interpretado magistralmente por Jean Dujardin. Es el hombre del momento. La gente lo aclama, lo admira, a la salída del cine, los periodistas lo asedian, millones de “flashes” iluminan su cara y de pronto una extraña, una admiradora más entra en escena. Es en este instante donde comienza el punto de inflexión: “Lo nuevo”. Más tarde la retomaremos.


"Valentín y su Productor"

George Valentín, este hombre, resulta que está encantado de conocerse a si mismo. El egocentrismo con altas dosis de orgullo perfectamente representado en su papel. Vanidoso, sabiendo de su alto atractivo, demasiadas esperanzas pone en su porte y distinción, elementos que a su juicio le reportarán un inmortal tren de vida de excesos y lujos. Craso error. Lujosa mansión, bella esposa, sirvientes, fortuna y gloria desaparecerán quedando sólo su recalcitrante orgullo.

¿Cómo llega a esta situación?

Es un declive progresivo. La no aceptación de que su lugar lo ocupa otro, y en vez de luchar por adaptarse o retirarse a tiempo de la batalla, persiste en su tozudez en repetir una fórmula que ya no funciona. En toda industria, el dinero es el que manda, en este caso los ingresos viene de los espectadores, si a ellos no les satisface el producto, simplemente no “compran”. (Luego existe una dimensión más pura respecto al cine clásico, y es cuando forma parte del arte, de la cultura. Cuando se desarraiga por completo de ese calificativo déspota que es “industria” y pasa a formar parte de otro adjetivo más acorde con sus características “Arte”. Pero de esa dimensión daremos cuenta en otra ocasión en “El sótano”).


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El sonido es el comienzo de su declive. Una vez más, el actor nos sirve de referente para mostrarnos la situación que vivieron numerosos actores de Hollywood, en el momento en el que el cine pudo percibirse también por el oído además de la vista.

La forma de actuar en el cine mudo es radicalmente contraria a la forma de actuar en el cine sonoro. La interpretación cambia de significado y mientras que en el mudo, la gesticulación y expresividad del actor es esencial para trasmitir y suplir la falta de un recurso tan importante como el “habla” se torna inútil, innecesaria y hasta grotesca cuando de cine sonoro se trata. La interpretación gesticular en el caso sonoro se conjuga con la voz, apaciguando, calmando “normalizando” los gestos para que la interpretación sea creíble y no entremos en terrenos de lo que se llama sobreactuación. Por tanto, muchos actores de Hollywood no supieron adaptarse a esta forma de actuar, y se vieron desplazados de sus glorias. No todos naturalmente, sino que se lo pregunten a Charlie Chaplin.

Nuestro buen George Valentín no estaba en el caso de Chaplin. Su orgullo férreo no acepta que el camino a seguir en su profesión sean unas simples palabras. De echo cuando le muestran unas pruebas de sonido, se mofa de la situación ridícula a la que el cine se encamina cuestionando que eso con lo que productores se fascinan, sea el futuro cinematográfico. Siguiendo en sus trece, y llevado más por su testarudez que por su buena lógica o razonamiento,  continua en el noble oficio fílmico, eso si; a su manera, con trágicas consecuencias que lo llevaran al borde de la desesperación. No pudiendo en este punto continuar desvelando más detalles para no destripar la película naturalmente.


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“Lo nuevo”.

El punto de inflexión, retomamos el personaje que interpreta Bérénice Bejo, esposa del director de la película y que para la ocasión encarna a la señorita Peppy Miller.

La primera vez que vemos al personaje, es cuando por una pequeña casualidad tiene su primer encuentro a la salida del cine con el Gran George Valentín. El amor es caprichoso y a veces sólo hace falta una mirada, una sonrisa, para caer enamorada en el acto. Lo que se conoce como flechazo obviamente. Pero eso lo veremos de modo gradual, pausado, poco a poco Peppy, la fantástica Peppy Miller, mostrara al público no solamente su amor ascendente, si no tambien su ascendente carrera en el mundo del espectáculo. La veremos en sus comienzos como simple extra en el cine,  para acabar siendo toda una estrella de la gran pantalla.

Llegados a este punto la historia entre los personajes se resume como un “cruce de vidas”, el que antes tenía fortuna y gloria pasa a ser un desconocido olvidado, y la que no era más que una anónima extra de cine conquista esa fama, fortuna y reconocimiento. Entre medias de ese cruce, una historia de amor. Y entre esas dos historias, un contexto histórico, el avance de la técnica en el cine (un tema interesante y de merecida extensión por tanto entraré en detalle en El sótano en otra ocasión), y como no, un contexto social: el “Crack del 29”, de manera sutil, como elemento, como un personaje más, de pasada, para llevar aun más a la ruina a su actor. Una escusa de peso sin duda.


"Peppy Miller como estrella"

Y quien es el maestro de las marionetas. El productor. Encarnado por John Goodman, mimará, consentirá, encaprichará y tolerará todas aquellas excentricidades caprichos y antojos de sus “estrellas”…hasta que no pueda sacar más provecho de ellas. Si no es rentable, si no se consigue unos altos ingresos acordes con las exigencias en ocasiones (más de las necesarias) avaras del productor, entonces no vale, patada en el trasero y a buscar nueva víctima a mimar.

Mención especial a un actor también especial: El perro. Genial, amigo inseparable de Valentín, le debe mucho. Mucho con mayúsculas.

Recapitulando y terminando:

Un bombón que se ha de degustar, como ya dije al principio del artículo, además sus licores internos conjugan de forma sencilla componentes como la comedia y el drama. La dirección correcta, demasiado correcta diría yo, en ocasiones aséptica, sin arriesgar, ya que demasiado arriesga al tratar de contarnos la historia a como se hacía en los años 20, que más riesgo que ese, por lo tanto correcto, efectivo y preciso. Perfecto el trabajo de caracterización y ambientación con detalles excelentemente escrupulosos como podemos observar en el mencionado cartel de “HollyWoodLand” o la claqueta empleada en el cine mudo carente  precisamente de “Claqueta”, ya que ese onomatopéyico “Clack” era el testigo para la coordinación de la “banda sonora” (y no me refiero a la música, si no a la banda en la parte del celuloide que acompañaba a la banda de imagen)

Mención especial al compositor Ludovic Bource que reproduce una pieza que forma parte del reparto como un personaje más, enfatizando con sus acordes donde tiene que hacerlo, manteniendo el ritmo constante que exige la historia contada.

Momento especial

Si tuviera que elegir la escena que más me ha gustado de la película, sin duda sería la escena onírica de Valentín. Por un momento el director nos hace regresar al 2011, nos recuerda que Valentín no es más que un personaje de su película y lleva ese personaje mudo a un mundo sonoro, para mostrarnos sus reacciones. Todo lo que percibe le extraña, todo le parece un estruendo…es una pesadilla sonora en el que todo y todos lo atronan.

Una película altamente recomendable si te gusta el cine, pero no es la mejor del año como se han aventurado a decir en otros lares. Le falta ese puntito, ese peldaño extraño en ocasiones que diferencian las buenas películas (esta lo es sin duda) de las Obras Maestras del cine, cosa que lamentablemente no es.

Comentarios

  1. Me ha gustado este post tanto como la película, aunque yo sí creo que es una de las mejores películas del año, sobre todo por la música y ese perro que todos nos llevaríamos a casa.

    Un beso!!!

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  2. Hola Araceli, muchas gracias por el comentario, celebro que te guste la entrada y la película por su puesto.

    Un saludo

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