"Philip K Dick - La Paga"
Es cierto que me debería poner a
trabajar en el laboratorio y reseñar películas y comentar noticias con
vosotros, pero el poco tiempo del que dispongo lo estoy empleando en recuperar
libros perdidos y lecturas aplazadas. No creáis tampoco que es mucho el tiempo
empleado para esta labor lectora, dispongo únicamente de lo que permite el
metro, desde la estación de trabajo, hasta la de casa. Tiempo más que justo
para leer pequeños capítulos, pequeños relatos del que es uno de mis escritores
contemporáneos favoritos, el Señor Philip
K Dick.
Relato que quiero compartir. No
publico todos y cada uno de ellos, sólo aquellos que creo que hay que destacar;
ya que si por mi fuera, publicaba toda su obra de un tirón, pero no procede.
Hoy os traigo y recomiendo: La paga. Un espectacular relato sobre
los viajes en el tiempo. Un pequeño resumen.
Jennings regresa a las oficinas
de la empresa donde ha estado trabajando los dos últimos años. Las condiciones
de su contrato son percibir 50.000 y someterse a un proceso por el cual, los
recuerdos de esos dos años de trabajo serán borrados de su cabeza.
Cuando va a recibir su paga, se
le comunica que ha hecho uso de una cláusula especial de su contrato, la de su
derecho a cambiar los 50.000 créditos por objetos de su elección.
Jennings no recuerda nada de esa
cláusula, pero efectivamente, su firma y letra es la que aparece en el
contrato. Su yo del “pasado” ha cambiado 50.000 créditos, por siete objetos en
apariencia insignificantes y no puede recordar nada.
Según se desarrollan los
acontecimientos, Jennings se da cuenta de cuan valiosos son esos objetos que su
“yo” le ha proporcionado, poco a poco irán marcando su destino que le llevará a
un increíble desenlace final.
Disfrútenlo damas y caballeros:
Philip K. Dick
La Paga
La Paga
El movimiento
se inició sin previo aviso. Los motores zumbaron con suavidad. Se hallaba a
bordo de un pequeño crucero privado que surcaba el cielo de la tarde
tranquilamente.
—Uf —suspiró
Hendricks.
Se irguió en
su asiento y se frotó la cabeza. Earl Rethrick, a su lado, le miró con los ojos
brillantes.
—¿Está bien?
—¿Dónde
estamos? —Jennings agitó la cabeza en un intento de aliviar el dolor—. O quizá
debería formular la pregunta de otra manera.
En seguida
advirtió que no era otoño, sino primavera, a juzgar por el verde de los campos.
Lo último que recordaba era haber subido en un ascensor con Rethrick. En otoño.
Y en Nueva York.
—Sí —confirmó
Rethrick—, hemos adelantado casi dos años. Ya verá que muchas cosas han
cambiado. El gobierno cayó hace pocos meses. El nuevo gobierno es todavía más
fuerte. La PS , la Policía de Seguridad,
posee un poder casi ilimitado. Está enseñando a los niños a delatar, pero ya lo
veíamos venir. Echemos un vistazo. Nueva York es más grande. Tengo entendido
que han terminado de rellenar la bahía de San Francisco.
—¡Lo que
quiero saber es qué demonios he estado haciendo estos últimos dos años!
—Jennings encendió un cigarrillo, nervioso, y mordisqueó el filtro—. ¿Me lo va
a contar?
—No, por
supuesto que no.
—¿Adónde
vamos?
—Volvemos a
la oficina de Nueva York. Donde nos encontramos por primera vez, ¿recuerda?
Seguro que se acordará mejor que yo; al fin y al cabo, para usted es como si
sólo hubieran pasado unas veinticuatro horas.
Jennings
asintió. ¡Dos años! Dos años de su vida, perdidos para siempre. Parecía
imposible. Aún seguía reflexionando y calibrando su decisión cuando entró en el
ascensor. ¿Cambiaría de opinión? A pesar del dinero que iba a conseguir (una
cantidad enorme, incluso para él), tal vez no valiera el esfuerzo. Siempre se
preguntaría en qué había estado ocupado. ¿Un trabajo legal? ¿Era acaso...? Pero
estas especulaciones carecían de importancia a estas alturas. El telón había
caído mientras se debatía en la duda. Miró con el ceño fruncido el cielo de la
tarde. La tierra se veía húmeda, viva. La primavera, la primavera de dos años
después. ¿Qué podría contar de esos dos años?
—¿Me han
pagado? —preguntó. Sacó la cartera y examinó su interior—. Veo que no.
—No. Le
pagaremos en la oficina. Kelly lo hará.
—¿Todo a la
vez?
—Cincuenta
mil créditos.
Jennings
sonrió, algo más aliviado ahora que la cantidad había sido verbalizada. Después
de todo, no estaba tan mal, como si le pagaran por dormir. Claro que había
envejecido dos años; dos años menos de vida. Era como vender parte de sí mismo,
parte de su vida. Y la vida iba muy cara en esos días. Se encogió de hombros. A
fin de cuentas, era el pasado.
—Casi hemos
llegado —anunció el hombre de mayor edad. El piloto robot hizo descender la
nave a tierra. Nueva York se hizo visible— Bueno, Jennings, nunca nos
volveremos a ver —alargó la mano—. Ha sido un placer trabajar con usted, porque
trabajamos juntos. Codo con codo. Es usted uno de los mejores técnicos que he
conocido. No nos equivocamos al contratarle, incluso por ese sueldo. Nos lo ha
devuelto por centuplicado... aunque no lo sepa.
—Me alegro de
que invirtieran bien su dinero.
—Parece
enfadado.
—No, sólo
intento acostumbrarme a la idea de ser dos años más viejo.
—Aún es muy
joven —rió Rethrick—. Y se sentirá mejor cuando ella le entregue la paga.
Bajaron en la
pequeña pista de aterrizaje situada en el tejado del edificio en el que estaba
enclavada la oficina de Nueva York. Rethrick le guió hasta el ascensor.
Jennings experimentó un sobresalto cuando las puertas se cerraron tras él. El ascensor
era lo último que recordaba. Y luego, el vacío más absoluto.
—Kelly se
alegrará de verle —dijo Rethrick cuando entraron en el vestíbulo iluminado—. De
vez en cuando preguntaba por usted.
—¿Por qué?
—Dice que
usted es muy atractivo.
Rethrick
tecleó una clave en una puerta, que se abrió silenciosamente. Entraron en la
lujosa oficina de Construcciones Rethrick. Una joven, sentada tras un amplio
escritorio de caoba, estudiaba unos informes.
—Kelly —dijo
Rethrick—, mira a quién tenemos aquí.
La joven levantó
los ojos y sonrió.
—Hola, señor
Jennings. ¿Cómo se siente uno cuando vuelve al mundo?
—Bien.
—Jennings se acercó—. Rethrick dice que usted me va a pagar.
Rethrick
palmeó la espalda de Jennings.
—Hasta luego,
amigo mío. Volveré a la fábrica. Si alguna vez necesita mucho dinero en poco
tiempo, venga y firmaremos un nuevo contrato.
Jennings
asintió con la cabeza. Se sentó ante el escritorio y cruzó las piernas. Kelly
abrió un cajón y empujó la silla hacia atrás.
—Muy bien. Ha
expirado el plazo y Construcciones Rethrick va a cumplir su compromiso. ¿Lleva
encima la copia del contrato?
Jennings sacó
un sobre del bolsillo y lo depositó sobre el escritorio.
—Aquí está.
Kelly extrajo
del cajón una bolsita de tela y algunas hojas de papel escritas a mano, que leyó
con expresión concentrada.
—¿Qué ocurre?
—Me parece
que va a recibir una sorpresa. —Kelly le devolvió el contrato—. Léalo otra vez.
—¿Por qué?
—Jennings abrió el sobre.
—Hay una
cláusula alternativa: «Si la parte contratante de la segunda parte así lo desea,
a lo largo del tiempo de contrato con la antes mencionada Compañía de
Construcciones Rethrick...».
—«Si así lo
desea, en lugar de la cantidad de dinero especificada, puede elegir, según su
voluntad, artículos o productos que, en su opinión, equivalgan a la
cantidad...»
Jennings se
apoderó de la bolsita, la abrió y vertió el contenido en su palma. Kelly le
observaba.
—¿Dónde está
Rethrick? —Jennings se levantó—. Si ésta es su idea de...
—Rethrick no
tiene nada que ver con esto. Usted lo sugirió. Mire aquí. —Kelly le pasó las
hojas—. De su puño y letra. Léalo. Fue idea suya, no nuestra, se lo aseguro.
Sucede a menudo con la gente que contratamos. Durante su período deciden
cambiar el dinero por otra cosa. El porqué no lo sé, pero luego se olvidan, a
pesar de que hayan acordado...
Jennings
examinó las hojas. Era su letra, no había duda. Le temblaban las manos.
—No puedo
creerlo, aunque sea mi letra —dobló los papeles y apretó la mandíbula—. Me
hicieron algo mientras volvía. Jamás habría estado de acuerdo con esto.
—Debió de
tener una razón. Admito que carece de sentido, pero usted ignora los factores
que le hicieron cambiar de opinión, antes de que borraran sus recuerdos. No es
el primero; ha habido otros antes que usted.
Jennings miró
lo que sostenía en la palma de la mano. Había sacado algunos objetos de la
bolsa de tela: una llave codificada, un fragmento de billete, el recibo de un
paquete, un trozo de alambre muy delgado, una ficha de póquer partida por la
mitad, un fragmento de tela verde, una ficha de autobús.
—Todo esto en
lugar de cincuenta mil créditos —murmuró—. Dos años...
Salió del
edificio y se zambulló en la concurrida calle. Seguía aturdido, aturdido y
confuso. ¿Le habrían estafado? Palpó en su bolsillo las baratijas, el alambre,
el trozo de billete, todo lo demás. ¡Eso a cambio de dos años de trabajo! Pero
había visto, escrita de su puño y letra, la declaración de renuncia, la demanda
de sustitución. Como en el cuento de Juan y las habichuelas. ¿Por qué? ¿Para
qué? ¿Qué le habría impulsado a hacerlo?
Caminó por la
acera y, al llegar a la esquina, se detuvo para dejar paso a un taxi de
superficie.
—Muy bien,
Jennings. Suba.
La cabeza le
rodaba. La puerta del taxi estaba abierta. Un hombre le apuntaba con un rifle
de energía directamente a la cara. Un hombre vestido de verde azulado: la Policía de Seguridad.
Jennings
subió. Los cierres magnéticos de la puerta la aseguraron cuando hubo entrado.
Una cripta. El taxi se deslizó por la calle. Jennings se reclinó en el asiento.
El hombre de la PS
bajó el arma. Un segundo agente le registró expertamente. Le quitó el billetero
y las baratijas, el sobre y el contrato.
—¿Qué lleva
encima? —preguntó el conductor.
—Un
billetero, dinero y un contrato con Construcciones Rethrick. No lleva armas —le
devolvió a Jennings sus efectos personales.
—¿Qué
significa esto?
—Queremos
hacerle algunas preguntas, eso es todo. ¿Ha trabajado para Rethrick?
—Sí.
—¿Dos años?
—Casi dos
años.
—¿En la
fábrica?
—Creo que sí
—asintió Jennings.
—¿Dónde esta
la fábrica, señor Jennings? —el oficial se inclinó sobre él—. ¿Dónde se halla
emplazada?
—No lo sé.
Los dos
oficiales intercambiaron una mirada. El primero se humedeció los labios con una
expresión dura e inquisitiva en el rostro.
—¿No lo sabe?
Una pregunta más, la última. En estos dos años. ¿qué clase de trabajo ha
llevado a cabo? ¿Qué hacía?
—Mecánica.
Reparaba máquinas electrónicas.
—¿Qué tipo de
máquinas electrónicas?
—No lo sé.
—Jennings le miró y no pudo reprimir una sonrisa irónica—. Lo siento, pero no
lo sé. Le digo la verdad.
Se hizo el
silencio.
—No entiendo
qué quiere decir. ¿Intenta insinuar que ha estado trabajando con máquinas
durante dos años sin saber qué eran? ¿Sin saber dónde estaba?
—¿Qué
significa todo esto? —se indignó Jennings—. ¿Por qué me han detenido? No he
hecho nada. He estado...
—Lo sabemos.
No le hemos arrestado. Necesitamos cierta información sobre Construcciones
Rethrick. Ha trabajado para ellos, en su fábrica, en un cargo importante. ¿Es
usted ingeniero electrónico?
—Sí.
—¿Se dedica a
reparar computadoras de alta calidad y equipo adicional? —El oficial consultó
su libreta de notas—. Por lo que veo, está considerado uno de los mejores del
país.
Jennings no
dijo nada.
—Díganos las
dos cosas que queremos saber y le soltaremos al instante. ¿Dónde está la
fábrica de Rethrick? ¿A qué se dedica? Se ocupó de las máquinas por encargo
suyo. ¿no? ¿No es cierto? Durante dos años.
—No lo sé.
Supongo que sí. No tengo ni idea de lo que he hecho durante estos dos años, me
crean o no.
Jennings no
despegaba la mirada del suelo.
—¿Qué vamos a
hacer? —preguntó el conductor por fin—. No nos dieron más instrucciones.
—Llevémosle a
la Central. Aquí
no podemos continuar el interrogatorio.
Hombres y
mujeres atestaban las aceras. El tráfico era intenso, bloqueado por los
vehículos de superficie que transportaban a los trabajadores a sus hogares en
el campo.
—Jennings,
¿por qué no nos responde? ¿Qué le pasa? No existe razón alguna que le impida
proporcionarnos una información tan simple. ¿No desea cooperar con su gobierno?
¿Por qué nos oculta datos?
—Lo diría si
lo supiera.
El oficial
gruñó. Nadie pronunció una palabra. El taxi se detuvo ante un gran edificio de
piedra. El conductor desconectó el motor, quitó la cápsula de control y se la
guardó en el bolsillo. Tocó la puerta con la llave codificada y los cierres
magnéticos se soltaron.
—¿Qué hacemos
con él, lo metemos dentro? Ahora no...
—Espera.
El conductor
salió y los otros dos le acompañaron después de cerrar las puertas. Se quedaron
hablando frente a la entrada de la Dirección General de Seguridad.
Jennings
seguía sentado en silencio. La PS
quería saber algo acerca de Construcciones Rethrick. Bien, no podía decirles
nada. Habían elegido a la persona menos adecuada, pero ¿cómo lo probaría? Su
relato sería juzgado inverosímil. Dos años borrados de su memoria. ¿Quién lo
creería? Incluso a él le resultaba increíble.
Su mente
retrocedió al momento en que había leído el anuncio por primera vez: «Se
precisa técnico», y una descripción general, vaga e indirecta del trabajo, pero
suficientemente explícita como para indicarle que estaba en su línea. ¡Y vaya
salario! Entrevistas en la oficina, tests, formularios... y luego el gradual
convencimiento de que Construcciones Rethrick le sometía a una rigurosa
investigación, mientras que él no sabía nada de ellos. ¿A qué se dedicaban?
Construcción, de acuerdo. pero ¿de qué clase? ¿Qué tipo de máquinas utilizaban?
Cincuenta mil créditos en dos años...
Y había
terminado con los recuerdos borrados. Dos años de los que no recordaba nada.
Eso fue lo que más le costó aceptar del contrato, pero lo había hecho.
Jennings miró
por la ventanilla. Los tres oficiales continuaban discutiendo en la acera,
tratando de decidir lo que harían con él. Se hallaba en un aprieto. Pedían una
información que no podía darles, que desconocía. ¿Cómo podía probarlo? ¿Cómo
podía probar que había trabajado dos años y que, al terminar, sabía lo mismo
que al principio? La PS
le presionaría. Pasaría mucho tiempo antes de que le creyeran, y para
entonces...
Buscó con
desesperación alguna vía de escape. Volverían en un instante. Tocó la puerta.
Clausurada con cierres magnéticos de tres anillas. Las conocía de sobra, había
diseñado parte del dispositivo. No había forma de abrir las puertas sin la
llave codificada, a menos que provocara un cortocircuito en el cerrojo. Pero
¿con qué?
Registró sus
bolsillos. ¿Qué podía utilizar? Existía una débil esperanza en caso de volar
los cerrojos: Las calles estaban llenas de gente que volvía a sus casas después
de trabajar. Eran más de las cinco; los grandes edificios de oficinas estaban
cerrando las puertas y el tráfico era intenso. No se atreverían a dispararle si
escapaba...; si conseguía escapar.
Los tres
oficiales se separaron. Uno subió la escalera de la Dirección General.
Los demás no tardarían en volver al vehículo. Jennings sacó del bolsillo la
llave codificada, el trozo de billete y el alambre. ¡El alambre! Un alambre
fino, fino como un cabello. ¿Sería aislante? Lo desenredó y comprobó que no.
Se arrodilló
y palpó con sus dedos expertos la superficie de la puerta. Descubrió que una
estrecha ranura separaba el cerrojo de la puerta. Introdujo con mucha
delicadeza el extremo del alambre por el casi invisible espacio y lo hundió
unos pocos centímetros. El sudor resbalaba por su frente. Movió el alambre un
poco más y lo torció. Contuvo el aliento. El relé debería...
Una chispa.
Se arrojó con
todo su peso contra la puerta, deslumbrado. La puerta cedió. Salía humo del
cerrojo. Jennings se desplomó sobre la calle y se puso en pie de un salto. Los
coches hacían sonar el claxon y se arremolinaban en torno a él. Se refugió tras
un camión cargado de mercancías, en medio del tráfico. Observó con el rabillo
del ojo que los hombres de la PS
venían en su dirección.
Un
bamboleante autobús se aproximó, atestado de pasajeros. Jennings cerró la mano
en torno a la barandilla posterior y se izó a la plataforma. Rostros asombrados
como pálidas lunas volvieron los ojos para mirarle. El conductor robot,
zumbando con irritación, se acercó.
—Señor...
—empezó el conductor. El autobús redujo la velocidad—. Señor. no está
permitido...
—Está bien.
Jennings
experimentó un extraño júbilo. Un momento antes estaba atrapado. sin
posibilidad alguna de escapar. Dos años de su vida perdidos para nada. La Policía de Seguridad le
había arrestado, exigiéndole una información que no podía dar. ¡Una situación
desesperada! Pero ahora las piezas empezaban a encajar en su mente.
Sacó del
bolsillo la ficha de autobús y la introdujo en la ranura del Conductor.
—¿Vale?
El conductor
vaciló, y luego el autobús avanzó y aumentó la velocidad. El conductor,
apaciguado, dio media vuelta. Todo iba bien. Jennings se abrió paso entre los
pasajeros que estaban de pie y buscó un asiento. Necesitaba sentarse para poder
pensar.
Tenía mucho
en qué pensar. Su mente no descansaba.
El autobús se
adentró en el espeso tráfico urbano. Jennings apenas tenía conciencia de la
gente que le rodeaba. Era indudable que no le habían estafado; la decisión
había sido suya exclusivamente. Por sorprendente que fuera, después de dos años
de trabajo, había preferido un puñado de baratijas a cincuenta mil créditos. Y,
aún más sorprendente. el puñado de baratijas le estaba siendo de mayor utilidad
que el dinero.
Había
escapado de la Policía
de Seguridad con la ayuda de un trozo de cable y de una ficha de autobús. El
dinero no le habría servido de nada una vez hubiera desaparecido tras los muros
del gran edificio de piedra, ni siquiera cincuenta mil créditos. Y aún le
quedaban otras cinco baratijas. Rebuscó en el bolsillo: cinco cosas más. Había
utilizado dos. ¿Para qué le servirían las otras? ¿Serían igual de importantes?
El gran
enigma era: ¿cómo había sabido él —su yo anterior— que un trozo de alambre y
una ficha de autobús le salvarían la vida? Lo cierto es que lo había sabido, lo
había sabido de antemano. Pero ¿cómo? Por pura deducción, las otras cinco
también le serían de suma utilidad.
El Jennings
de los últimos dos años había sabido cosas que ahora había olvidado, cosas que
la compañía había borrado de su memoria, como una máquina de sumar cuando se
desconecta. Ya no poseía ninguna información de aquel período, salvo las siete
baratijas, cinco de las cuales guardaba en su bolsillo.
Pero el
auténtico problema actual no era puramente especulativo, sino muy concreto. La Policía de Seguridad le
buscaba. Tenían su nombre y descripción. Descartó de inmediato acudir a su
apartamento, suponiendo que aún tuviera un apartamento. Pero ¿adónde iría,
entonces? ¿Hoteles? La PS
los registraría a diario. ¿Amigos? Supondría arriesgar sus vidas, al igual que
la suya. Sólo era cuestión de tiempo que la PS diera con él mientras paseaba por la calle,
comía en un restaurante, presenciaba un espectáculo o dormía en alguna pensión.
La PS estaba en
todas partes.
¿En todas
partes? No era del todo cierto. Un individuo se halla indefenso, pero una
empresa no. Las grandes fuerzas económicas se las habían arreglado para tener
las manos libres, a pesar de que casi todo lo demás había sido absorbido por el
gobierno. Leyes de las que se había despojado a los particulares aún protegían
a la industria y a la propiedad. La
PS podía detener a cualquier persona, pero no apoderarse de
una compañía o de una empresa: así se había establecido a mediados del siglo
veinte.
Negocios,
industrias y corporaciones estaban a salvo de la Policía de Seguridad. Se
requería un proceso legal. Construcciones Rethrick estaban en el punto de mira
de la PS , pero no
podían hacer nada hasta que se violara algún estatuto. Si conseguía llegar
hasta la Compañía
y traspasar sus puertas, se encontraría a salvo. Jennings sonrió con amargura.
El nuevo santuario, la moderna Iglesia. El Gobierno contra la Corporación , en lugar
del Estado contra la
Iglesia. La nueva Notre Dame del mundo, que cortaba el paso a
la ley.
¿Le aceptaría
de nuevo Rethrick? Sí, o al menos eso había afirmado. Dos años más de su vida,
y luego el regreso. ¿Le sería de alguna ayuda? Palpó el bolsillo que contenía
las restantes baratijas. Estaba claro que las había guardado con el propósito
de usarlas. No, no volvería a Construcciones Rethrick para firmar un contrato
similar al anterior. Necesitaba algo más permanente. Reflexionó unos momentos.
Construcciones Rethrick. ¿Qué construían? ¿Qué había él averiguado en el curso
de esos dos años? ¿Y por qué estaba la
PS tan interesada?
Sacó los
cinco objetos y los examinó. El fragmento de tela verde, la llave codificada,
el trozo de billete, el recibo del paquete, la ficha de póquer partida por la
mitad. Resultaba extraño que aquellos objetos insignificantes pudieran ser tan
importantes.
Y
Construcciones Rethrick estaba implicada.
No había
duda. La respuesta, todas las respuestas, conducían a Rethrick. Pero ¿dónde se
escondía Rethrick? No tenía ni idea del emplazamiento de la fábrica. Conocía la
oficina, la gran y lujosa sala con la joven detrás del escritorio, pero eso no
era Construcciones Rethrick. ¿Lo sabría alguien, además del propio Rethrick?
Kelly no lo sabía. ¿Lo sabía la PS ?
Lo único
cierto es que estaba fuera de la ciudad; se había desplazado hasta allí en
cohete. Probablemente se ubicaba en Estados Unidos, quizá en los terrenos de
cultivo, en la campiña, alejada de las ciudades. ¡Qué situación tan complicada!
En cualquier momento, la PS
caería sobre él. La próxima vez no escaparía. Su única oportunidad de poder
escapar era encontrar a Rethrick, así como su única oportunidad de averiguar lo
que había sabido anteriormente. No recordaba dónde estaba la fábrica. Contempló
las cinco baratijas. ¿Le serían de alguna ayuda?
Una oleada de
desesperación le invadió. ¿Y si hubiera sido pura casualidad lo del cable y la
ficha? ¿Y si...?
Examinó el
recibo del paquete, le dio vueltas y lo alzó a la luz. Los músculos de su
estómago se contrajeron de repente y su pulso se aceleró. Tenía razón: no había
sido una coincidencia. El recibo del paquete llevaba fecha de dos días atrás.
El paquete, fuera lo que fuese, aún no había sido entregado. Faltaban cuarenta
y ocho horas.
Miró las
demás cosas. El trozo de billete. ¿Para qué servía un trozo de billete? Estaba
arrugado y doblado varias veces. No iría a ningún sitio con él, sólo le
informaría de dónde había estado.
¡Dónde había
estado!
Lo desdobló y
alisó las arrugas. Las palabras impresas habían sido cortadas por la mitad:
PORTOLA T
STUARTS VI
IOW
Sonrió. Ahí
había estado. Era sencillo rellenar los huecos. No había duda: también había
previsto esto. Tres baratijas usadas; quedaban cuatro. Stuartsville, lowa.
¿Existía tal lugar? Miró por la ventanilla del autobús. La estación de cohetes
interciudades estaba a una manzana de distancia. Llegaría en un segundo.
Bastaría con una carrerilla, suponiendo que la Policía no le detuviera...
Sin embargo,
intuyó que no lo harían, mientras guardara las otras cuatro cosas en el
bolsillo. Se encontraría a salvo en cuanto pisara el cohete. Era lo bastante
grande como para mantener a distancia a la PS. Jennings guardó
las baratijas sobrantes en el bolsillo, se puso en pie y pulsó el timbre.
Un momento
después descendió en la acera.
El cohete le
condujo al límite de la ciudad. Aterrizó en una pequeña pista de color pardo.
Algunos mozos de cuerda deambulaban acarreando maletas y buscando protegerse
del calor.
Jennings se
dirigió a la sala de espera y examinó a la gente corriente: obreros, hombres de
negocios, amas de casa. Stuartville era una pequeña ciudad del Medio Oeste.
Camioneros, universitarios.
Atravesó la
sala de espera y salió a la calle. Existía una posibilidad de que la fábrica de
Rethrick estuviera ubicada en la zona, en el caso de que hubiera utilizado el
trozo de billete correctamente. De todas formas, había algo, de lo contrario no
habría incluido el fragmento entre sus pertenencias.
Stuartsville,
lowa. Un plan vago y nebuloso empezó a formarse en su mente. Caminó con las
manos en los bolsillos y echó un vistazo a su alrededor. La sede de un
periódico, restaurantes, hoteles, billares, una barbería, una tienda en la que
reparaban televisores, un almacén de venta de cohetes de tamaño familiar, con
enormes salas de exhibición. Y el teatro Portola al final de la manzana.
En las
afueras de la ciudad se veían granjas y campos. Kilómetros y kilómetros de
hierba verde. Algunos transportes aéreos centelleaban en el cielo, cargados de
productos y equipos para las granjas. Una ciudad pequeña, insignificante, ideal
para Construcciones Rethrick, perdida la fábrica en un lugar tan alejado de las
ciudades importantes y de la PS.
Jennings
volvió sobre sus pasos. Entró en el restaurante Bob's Place.
Un joven con
gafas se le acercó, mientras se secaba las manos en el delantal, cuando se
sentó en la barra.
—Café —pidió
Jennings.
—Café —el
empleado le trajo la taza.
Había muy
poca gente en el local. Un par de moscas zumbaban junto a la ventana.
Granjeros y
amas de casa se dirigían tranquilamente a sus quehaceres.
—Oiga —dijo
Jennings, revolviendo su café—, ¿dónde se puede encontrar trabajo por aquí?
—¿Qué clase
de trabajo? —el joven se apoyó sobre el mostrador.
—Instalaciones
eléctricas. Soy electricista. Televisiones, computadoras, cohetes, todo eso.
—¿Por qué no
prueba en las grandes zonas industriales? Detroit, Chicago, Nueva York...
—No me gustan
las grandes ciudades —Jennings meneó la cabeza—. Nunca me quedo demasiado
tiempo en ellas.
—A mucha
gente de aquí le gustaría trabajar en Detroit —rió el joven—. ¿Es usted
electricista?
—¿Hay alguna
fábrica en las cercanías? ¿Tiendas de reparación?
—No, que yo
sepa —el joven se alejó para atender a un nuevo cliente.
Jennings tomó
su café. ¿Había cometido un error? Quizá debería dejarlo correr y abandonar
Stuartsville, Iowa. Quizá había extraído conclusiones equivocadas del trozo de
billete, pero éste significaba algo, aunque estuviera equivocado en todo. Y,
además, era un poco tarde para arrepentirse.
El camarero
regresó.
—¿Puedo
conseguir algún tipo de trabajo aquí? —preguntó Jennings—. Lo justo para ir
tirando.
—Siempre hay
trabajo en las granjas.
—¿Y reparaciones?
Garajes, televisores...
—Hay una
tienda de reparación de televisores bajando por esta misma calle; pregunte
allí. Podría intentarlo. El trabajo en las granjas está bien pagado, porque la
mayoría de los hombres disponibles visten uniforme. ¿Le gustaría echar heno?
Jennings rió
y pagó el café.
—No mucho,
pero se lo agradezco.
—A veces,
algunos hombres van a trabajar carretera arriba, en una especie de instalación
gubernamental.
Jennings
asintió con la cabeza. Abrió la puerta y salió a la calle. Vagó sin rumbo
durante un rato, sumido en sus pensamientos, perfilando su nebuloso plan. Era
un plan magnífico, que resolvería todos sus problemas a la vez. Pero, antes que
nada, era fundamental hallar el paradero de Construcciones Rethrick. Y sólo
tenía una pista, si es que se trataba de una pista, para orientarse: el
fragmento de billete, doblado y arrugado, que guardaba en el bolsillo. Y la fe
de que sabía de antemano lo que estaba haciendo.
Una
instalación gubernamental. Jennings se detuvo y miró a su alrededor. Había una
parada de taxis al otro lado de la calle; dos taxistas esperaban fumando y
leyendo el periódico. Valía la pena probar, no había nada que perder. Rethrick
se resguardaría tras una falsa fachada. Nadie haría preguntas si pasaba por ser
un proyecto del gobierno. Estaban demasiado acostumbrados a que los proyectos
del gobierno se llevaran adelante en secreto.
Se acercó al
primer taxi.
—Perdone,
¿podría hacerle una pregunta?
—¿Qué se le
ofrece? —preguntó el taxista.
—Me han dicho
que hay trabajo en las instalaciones del gobierno. ¿Es cierto?
El taxista
asintió con un gesto después de examinarle.
—¿De qué
trabajo se trata?
—No lo sé.
—¿Dónde puedo
apuntarme?
—No lo sé.
El taxista
volvió la atención al periódico.
—Gracias.
Jennings se
alejó.
—Sólo
contratan personal de vez en cuando, gente muy seleccionada. Debería probar en
otra parte.
—De acuerdo.
El segundo
taxista salió de su vehículo.
—Sólo
contratan trabajadores temporales, amigo, y punto. Y los eligen con mucho
cuidado. Muy pocos pasan la prueba. El trabajo tiene algo que ver con la
guerra.
Jennings se
puso en guardia.
—¿Alto
secreto?
—Vienen a la
ciudad y reclutan unos cuantos obreros de la construcción, hasta llenar un
camión. Eso es todo. Se lo piensan muy bien antes de escoger a alguien.
Jennings
avanzó hacia el taxista.
—¿Es eso
cierto?
—El lugar es
enorme. Paredes de acero electrificadas, guardias armados, se trabaja
continuamente, día y noche... Pero nadie puede entrar. Está sobre lo alto de la
colina, al final de la vieja carretera Henderson, a unos cinco kilómetros. —El
taxista se palmeó el hombro—. No se puede entrar sin identificación. Los
trabajadores que contratan deben identificarse en todo momento, ¿entiende?
Jennings miró
fijamente al taxista. Estaba trazando una línea sobre su hombro. De repente,
comprendió. Una oleada de alivio le invadió.
—Claro
—respondió—, ya sé a qué se refiere. Bueno, al menos me lo imagino. —Buscó en
su bolsillo y extrajo las cuatro baratijas. Desdobló el fragmento de tela verde
y lo sostuvo en alto—. ¿Es algo así?
Los taxistas
estudiaron la muestra.
—Perfecto
—dijo uno de ellos, sin apartar la vista de la tela—. ¿Dónde lo consiguió?
—Me lo dio un
amigo —rió Jennings.
Devolvió el
fragmento a su bolsillo.
Empezó a
caminar en dirección a la pista de aterrizaje. Ya había dado el primer paso,
pero le quedaban muchas cosas por hacer. Había localizado a Rethrick, y las
baratijas le iban a ser de mucha utilidad, una para cada crisis. ¡Una bolsa
milagrosa procedente de alguien que conocía el futuro!
Para el siguiente
paso necesitaba colaboración, no podía darlo solo.
Pero ¿quién?
Reflexionó mientras entraba en la sala de espera de la estación de cohetes.
Sólo podía acudir a una persona, lo que comportaba un riesgo elevado, pero
debía afrontar el reto. Si la fábrica de Rethrick se hallaba aquí, es posible
que Kelly también...
La calle
estaba a oscuras. Un poste de alumbrado destellaba a intervalos en la esquina.
Pasaban muy pocos vehículos.
Una forma
menuda surgió de la entrada del edificio de apartamentos, una joven que llevaba
chaqueta y un bolso en la mano. Jennings la observó al pasar junto al poste.
Kelly McVane iba a alguna parte, probablemente a una fiesta. Vestida con una
elegante chaqueta corta y un sombrero, sus tacones altos repiqueteaban en el
pavimento.
Se deslizó
fuera de las sombras ante ella.
—Kelly.
Ella se
volvió al instante con la boca abierta.
—¡Oh!
—No se
preocupe —la cogió por el brazo—. Soy yo. ¿Adónde va, tan bien vestida?
—A ningún
sitio —parpadeó ella—. Caramba, me ha dado un susto. ¿Qué pasa? ¿A qué viene
esto?
—Nada. ¿Puede
dedicarme unos minutos? Quiero hablar con usted.
—Ya me lo
imagino —asintió Kelly—. ¿Adónde iremos?
—A cualquier
sitio donde podamos hablar. No quiero que nadie nos escuche.
—¿Paseamos?
—No. La Policía.. .
—¿La Policía ?
—Me buscan.
—¿A usted?
¿Porqué?
—No nos
quedemos aquí —dijo Jennings con semblante preocupado—. ¿Adónde podemos ir?
—Podemos ir a
mi apartamento —propuso Kelly tras una corta vacilación—. Estaremos solos.
Subieron en
el ascensor. Kelly desbloqueó la puerta con la llave codificada. Cuando
entraron, la calefacción y las luces se encendieron automáticamente. Ella cerró
la puerta y se quitó la chaqueta.
—No me
quedaré mucho rato —dijo Jennings.
—Está bien.
Le prepararé una copa.
Fue a la
cocina y Jennings se sentó en el sofá. Paseó la mirada por el pequeño y limpio
apartamento. La chica regresó en seguida. Se sentó a su lado, y Jennings tomó
su copa. Whisky escocés con agua fría.
—Gracias.
—De nada
—sonrió Kelly. Ambos permanecieron un rato en silencio—. ¿Y bien? ¿Qué le
ocurre? ¿Por qué le busca la
Policía ?
—Quieren
averiguar algo acerca de Construcciones Rethrick. Yo no soy más que un simple
peón en todo esto. Piensan que sé algo porque trabajé dos años en la fábrica de
Rethrick.
—¡Pero usted
no sabe nada!
—No puedo
probarlo.
Kelly alargó
la mano y tocó la cabeza de Jennings, justo sobre la oreja.
—Palpe aquí,
en ese preciso lugar.
Jennings
obedeció y notó una pequeña zona endurecida sobre la oreja, oculta bajo el
cabello.
—¿Qué es
esto?
—le
practicaron una incisión en el cráneo y extrajeron un diminuto fragmento de
cerebro: sus recuerdos de dos años. Los localizaron y los destruyeron. Ni
siquiera la PS
conseguiría que recordara. Están perdidos para siempre; ya no son suyos.
—No quedará
mucho de mí cuando por fin se den cuenta.
Kelly no dijo
nada.
—Ya ve el
apuro en que me encuentro. Lo mejor sería poder recordar, así podría hablar con
ellos y...
—¡Y destruir
a Rethrick!
—¿Por qué no?
—Jennings se encogió de hombros—. Rethrick no significa nada para mí. Ni siquiera
sé lo que hacen. ¿Por qué se halla la Policía tan interesada? Desde el principio, todo
ese misterio, el lavado de cerebro...
—Existe una
razón. Una buena razón.
—¿Sabe por
qué?
—No —Kelly
agitó la cabeza—, pero estoy segura de que hay una razón. Si la PS está interesada, es que hay
un motivo —posó el vaso sobre la mesa y te miró a los ojos—. Odio a la Policía. Todos la
odiamos, nos persigue sin cesar. No sé nada sobre Rethrick; en caso contrario,
mi vida peligraría. Muy pocas cosas protegen a Rethrick, apenas un puñado de
leyes. Nada más.
—Tengo la
impresión de que Rethrick significa mucho más que cualquier otra compañía de
construcciones que la PS
desee controlar.
—supongo que
sí, pero no sé nada. Soy una simple recepcionista. Nunca he estado en la fábrica,
ni sé dónde está.
—Pero no
desea que le suceda nada.
—¡Claro que
no! Luchan contra la
Policía. Cualquiera que luche contra la Policía está de nuestro
lado.
—¿De veras?
Ya he oído antes comentarios parecidos. Hace unas décadas, cualquiera que
combatiera el comunismo se convertía automáticamente en un buen ciudadano.
Bien. el tiempo tiene la palabra. En lo que a mí respecta, soy un individuo
atrapado entre dos fuerzas despiadadas: gobierno y negocios. El gobierno posee
hombres y poder. Construcciones Rethrick, tecnología. Ignoro lo que hacen con
ella, al menos desde hace unas semanas. Ahora cuento apenas con ideas vagas y
unas pocas pistas. Y una teoría.
—¿Una teoría?
—Y un puñado
de baratijas. Siete. Ahora, sólo tres o cuatro, puesto que he utilizado algunas.
Son la base de mi teoría. Si Rethrick está haciendo lo que creo que hace.
empiezo a entender el interés de la
PS. De hecho, comparto su interés.
—¿Qué hace
Rethrick?
—Está
desarrollando una máquina para explorar el tiempo.
—¿Qué?
—Un
rastreador temporal. Ha sido teóricamente posible durante varios años, pero es
ilegal experimentar con rastreadores y espejos temporales. Es un delito y, si
te cogen, todo el equipo y los datos pasan a pertenecer al gobierno. Por eso el
gobierno está tan interesado —sonrió con amargura Jennings—. Si pueden
apoderarse de los bienes de Rethrick.
—Un
rastreador temporal. Es difícil de creer.
—¿Cree que me
equivoco?
—No lo sé.
Tal vez. No es usted el primero en aceptar como paga del contrato una bolsita
de tela que contiene objetos diversos. ¿Cómo los ha utilizado?
—Primero, el
alambre y la ficha de autobús para escapar de la Policía. Aunque
parezca inverosímil, de no ser por ellos aún estaría en la Dirección General.
Un trozo de alambre y una ficha de diez centavos. Lo curioso es que nunca suelo
llevar encima cosas parecidas.
—Viajar por
el tiempo...
—No, no se
trata de viajar por el tiempo. Berkowsky demostró que era imposible. Es un
rastreador temporal, un espejo para ver y una pala para recoger cosas. Al menos
una de estas baratijas viene del futuro..
—¿Cómo lo
sabe?
—Lleva una
fecha. Quizá las otras no. Fichas de autobús y alambres son objetos muy
normales. Una ficha es tan buena como otra. Él debe de haber usado un espejo.
»Debí usar un
espejo cuando trabajaba para Rethrick. Indagué en mi propio futuro. Si me
encargaba de reparar el equipo, casi era lógico que lo hiciera. Miré en el
futuro y vi lo que iba a suceder: la
PS me detendría. Al verlo, también debí de ver para qué
servirían un trozo de alambre y una ficha de autobús... si los llevaba encima
en el momento adecuado.
Kelly
reflexionó unos instantes.
—Bueno, ¿qué
quiere de mí?
—Ahora ya no
estoy seguro. ¿De veras considera a Rethrick una institución bondadosa que
lucha contra la Policía ?
Una especie de Rolando en Roncesvalles...
—¿Qué importa
lo que piense de la Compañía ?
—Importa, y
mucho. Importa mucho porque quiero que usted me ayude —Jennings terminó su
bebida y apartó el vaso—. Voy a hacer chantaje a Construcciones Rethrick.
Kelly le
miró, asombrada.
—Es mi única
oportunidad de seguir con vida. Presionar a Rethrick para que me deje entrar en
la fábrica, imponiendo ciertas condiciones. Es el único lugar en donde me puedo
esconder. Tarde o temprano, la
Policía me detendrá. Si no vuelvo a la fábrica, y pronto...
—¿Ayudarle a
hacer chantaje a la Compañía ?
¿Destruir Rethrick?
—No,
destruirla no. No quiero destruirla, ya que mi vida depende de la Compañía. Mi vida
depende de lo fuerte que sea Rethrick para desafiar a la PS. Poco importa lo
fuerte que sea Rethrick si continúo afuera, ¿entiende? Quiero entrar, quiero
entrar antes de que sea demasiado tarde, y quiero hacerlo con condiciones, no
como un simple trabajador temporal al que se da una patada pasados dos años.
—Para que la Policía lo detenga.
—Exacto
—asintió Jennings.
—¿Cómo va a
hacer chantaje a la Compañía ?
—Entraré en
la fábrica y me llevaré el material suficiente para probar que Rethrick ha
puesto en funcionamiento un rastreador temporal.
—¿Entrar en
la fábrica? —se burló Kelly—. Primero tendrá que encontrar la fábrica. La PS la ha estado buscando
durante años.
—Ya la he
encontrado. —Jennings se reclinó en la silla y encendió un pitillo—. La he
localizado con mis baratijas. Y con las cuatro que me quedan conseguiré entrar,
y obtener lo que deseo. Sacaré papeles y fotografías que pondrán a Rethrick
contra las cuerdas, aunque no quiero que cuelguen a Rethrick. Sólo quiero
negociar. Y ahí es donde entra usted.
—¿Yo?
—Usted no
acudirá a la
Policía. Necesito alguien que oculte el material por mí. En
cuanto lo tenga he de entregarlo a alguien, alguien que lo esconda donde yo no
pueda encontrarlo.
—¿Por qué?
—Porque en
cualquier momento puedo ser detenido por la PS —explicó con serenidad Jennings—. No tengo el
menor cariño por Rethrick. pero tampoco deseo que lo liquiden; por eso debe
ayudarme. Usted retendrá el material mientras negocio con Rethrick. En caso
contrario, lo guardaré yo mismo, y si lo encuentran...
Kelly miraba
al suelo con la cara tensa y preocupada.
—¿Y bien?
¿Qué me contesta? ¿Me ayudará o tendré que arriesgarme a que la PS me detenga con las pruebas,
datos suficientes para destruir a Rethrick? ¿Se decide? ¿Quiere ver cómo
aniquilan a Rethrick? ¿Qué me responde?
Ambos se
acuclillaron y contemplaron la colina que se alzaba más allá de los campos. Era
una colina desnuda de toda vegetación, nada crecía en sus laderas. Una valla de
alambre electrificado, tras la que montaba guardia un patrullero armado con
casco y fusil, impedía el acceso a la cima.
Un enorme
bloque de hormigón en forma de torre, sin puertas ni ventanas, se distinguía
sobre la cumbre. El sol de la mañana arrancaba reflejos de la fila de cañones
montados sobre el tejado.
—Así que eso
es la fábrica —musitó Kelly.
—Exacto. Se
necesitaría un ejército para atacar la colina y apoderarse del edificio..., a
menos que se le permitiera el paso.
Jennings se
levantó y ofreció la mano a Kelly. Bajaron por un sendero flanqueado de árboles
hacia el lugar en que Kelly había ocultado el vehículo.
—¿De veras
piensa que ese pedazo de tela verde le ayudará a entrar? —dijo Kelly,
sentándose tras el volante.
—A juzgar por
lo que afirma la gente de la ciudad, un camión lleno de trabajadores se
dirigirá a la fábrica en algún momento de la mañana. Los hombres bajan del
camión a la entrada y son registrados. Si todo está en orden, se les permite el
acceso a las instalaciones. Obreros, albañiles... Cuando la jornada termina les
conducen de nuevo a la ciudad.
—¿Le servirá
de algo?
—Al menos
cruzaré la verja.
—¿Cómo
llegará al rastreador temporal? Debe de estar dentro del edificio, bien
protegido.
Jennings
extrajo del bolsillo una pequeña llave codificada.
—Esto será mi
pasaporte. Confío en que funcione.
Kelly cogió
la llave y la examinó.
—Una de sus
baratijas... Deberíamos haber examinado con más detenimiento su bolsa de tela.
—¿Deberíamos?
—La Compañía. Han pasado
varias bolsitas de ésas por mis manos. Rethrick nunca me dijo nada.
—Es posible
que la Compañía
diera por hecho que nadie querría volver a ingresar —Jennings recuperó la
llave—. ¿Recuerda lo que ha de hacer?
—He de quedarme
en el coche hasta que usted vuelva. Me entregará el material, me lo llevaré a
Nueva York y esperaré a que entré en contacto conmigo.
—Exacto.
—Jennings miró la lejana carretera que conducía a la puerta de la fábrica—.
Aquí me bajo. El camión aparecerá de un momento a otro.
—¿Y si se les
ocurre contar el número de obreros?
—Tendré que
arriesgarme, pero no me preocupa. Estoy seguro de que él lo anticipó todo.
—Usted y su
amigo, su misericordioso amigo —sonrió Kelly—. Espero que él le diera las cosas
suficientes para poder escapar después de robar las fotografías.
—¿De veras?
—¿Por qué no?
Siempre me gustaste, desde el primer momento; ya lo sabes.
Jennings
salió del coche. Iba vestido con un mono, zapatos gruesos y una camiseta gris.
—Nos veremos
más tarde, si todo va bien. Ojalá sea así —palmeó sus bolsillos—. Aquí llevo
mis amuletos, mis imprescindibles amuletos.
Se abrió paso
con rapidez entre los árboles.
El
bosquecillo conducía hasta la misma cuneta de la carretera. Se ocultó, a la
espera. Los guardias de la fábrica examinaban cada palmo de terreno. Habían
despejado de vegetación la colina para divisar a cualquiera que se aproximara.
Y también había advertido que tenían focos infrarrojos.
Jennings se
agachó y vigiló la carretera. Justo enfrente de la puerta se levantaba una
barrera. Consultó su reloj: las diez y media. Le aguardaba una larga espera.
Intentó relajarse.
Pasaban de
las once cuando el camión se aproximó por la carretera, entre estertores y
jadeos.
Jennings se
puso en acción. Sacó el trozo de tela verde y lo ató alrededor de su brazo. El
camión estaba cada vez más cerca. Podía ver su cargamento de hombres ataviados
con camisas de franela y tejanos que se balanceaban con los movimientos
convulsivos del camión. Todos portaban una banda de tela verde alrededor del
brazo. Hasta ahora, todo iba bien.
El camión
aminoró la velocidad y frenó ante la barrera. Los hombres bajaron a la
carretera, levantando nubes de polvo bajo el ardiente sol de mediodía. Se
frotaron el polvo de los pantalones y algunos encendieron cigarrillos. Dos
guardias se acercaron desde detrás de la barrera. Jennings se puso tenso. La
ocasión se presentaría dentro de un momento.
Los guardias
examinaron los distintivos verdes de los hombres, sus rostros. y pidieron las
tarjetas de identificación a unos cuantos.
La barrera
fue levantada y la puerta se abrió. Los guardias volvieron a sus puestos.
Jennings,
resguardado tras los matorrales, corrió hacia la carretera. Los hombres
aplastaban sus cigarrillos y trepaban de nuevo al camión. El conductor encendió
el motor y sacó el freno. Jennings, aprovechando que los guardias no podían
verle, se deslizó fuera de su escondite y corrió hacia el camión.
Los hombres
le contemplaron con curiosidad cuando subió, casi sin aliento. Hombres del
campo, de rostros bronceados y surcados de arrugas. Jennings se sentó entre dos
fornidos campesinos, que no repararon en su presencia. No se había afeitado y
olía mal. No se diferenciaba en nada de los demás, pero si hacían un
recuento...
El camión
atravesó la puerta, que se cerró tras él, y penetró en el recinto. El camión,
oscilando de un lado a otro, empezó a subir la empinada cuesta de la colina. La
enorme mole de hormigón aumentaba de tamaño a cada momento. ¿Por dónde
entrarían? Jennings la contempló, fascinado. Una estrecha rendija apareció en
el muro, que revelaba un oscuro interior que pronto iluminó una fila de luces
artificiales.
El camión se
detuvo. Los obreros empezaron a bajar otra vez, y al instante fueron rodeados
por algunos técnicos.
—¿Adónde va
destinada esta cuadrilla? —preguntó uno.
—Ahí adentro,
a cavar —señaló otro con el dedo pulgar—. Van a cavar de nuevo. Envíales
adentro.
El corazón de
Jennings dio un salto. ¡Iba a entrar! Se palpó el cuello, en el lugar donde
colgaba una cámara plana como un babero, por debajo de la camiseta. Sabía que
estaba allí, pero apenas podía sentirla. Tal vez sería más fácil de lo que
había imaginado.
Jennings se
unió al grupo de trabajadores. Atravesaron una puerta y desembocaron en un
inmenso taller, atestado de largas mesas de trabajo, maquinaria a medio
construir y grúas. El sonido era ensordecedor. La puerta se cerró a sus
espaldas y les aisló del exterior. Ya estaba dentro de la fábrica, pero ¿dónde
encontraría el rastreador y el espejo temporales?
—Por aquí —indicó
el capataz. Los obreros se desviaron a la derecha. Un montacargas salió a su
encuentro desde las entrañas del edificio—. Vais a ir abajo. ¿Quiénes de
vosotros tienen experiencia con taladros?
Algunas manos
se alzaron.
—Enseñaréis a
los otros. Estamos removiendo la tierra con taladros y barrenos. ¿Alguien ha
trabajado con barrenos?
Nadie levantó
la mano. Jennings contempló las mesas de trabajo. ¿Habría trabajado en alguna
de ellas, poco tiempo antes? Experimentó un escalofrío. ¿Y si alguien le
reconocía? Quizá los técnicos...
—Vamos —les
conminó el capataz, impaciente—, daos prisa.
Jennings
subió en el montacargas con los demás. Descendieron por el negro pozo, abajo,
abajo, hacia los niveles subterráneos de la fábrica. Construcciones Rethrick
era grande, mucho más grande de lo que parecía por fuera, mucho más grande de
lo que creía. Plantas, niveles subterráneos se sucedían sin cesar.
El ascensor
frenó. Las puertas se abrieron. Se encontró frente a un largo pasillo. El piso
estaba cubierto de una espesa capa de polvo y el aire era húmedo. Los
trabajadores salieron. De pronto, Jennings se puso rígido y dio un paso atrás.
Al final del
pasillo, frente a una puerta de acero, Earl Rethrick conversaba con algunos
técnicos.
—Todos fuera
—gritó el capataz—. Vamos.
Jennings se
ocultó detrás de los otros. ¡Rethrick! Su corazón latía violentamente. Si
Rethrick le veía, estaba acabado. Registró sus bolsillos. Portaba una diminuta
pistola Boris, pero no le serviría de nada si le descubrían. En cuanto Rethrick
reparara en su presencia, todo habría terminado.
—Por aquí.
El capataz
les guió hasta lo que parecía un ferrocarril subterráneo. Los hombres ocuparon
unas vagonetas. Jennings miró a Rethrick. Le vio gesticular con furia. El
pasillo transportaba el débil sonido de su voz. Rethrick se volvió bruscamente.
Alzó la mano y la gran puerta de acero situada detrás de él empezó a abrirse.
El corazón de
Jennings casi cesó de latir.
Allí,
protegido por la puerta de acero, se encontraba el rastreador temporal. Lo
reconoció al instante: el espejo, las grandes barras metálicas terminadas en
pinzas. Igual que el modelo teórico de Berkowsky..., sólo que éste era real.
Rethrick
entró en la sala, seguido por los técnicos. Un grupo de hombres trabajaban en
el rastreador. Habían quitado parte del revestimiento. Investigaban la delicada
maquinaria. Jennings miraba la escena. absorto.
—Oye, tú...
—dijo el capataz, avanzando hacia él.
La puerta de
acero se cerró, borrando la visión del rastreador, de Rethrick y de los
técnicos.
—Lo siento
—murmuró Jennings.
—Sabes que no
está permitido curiosear. —El capataz le examinó con gran atención—. No me
acuerdo de ti. Déjame ver tu tarjeta.
—¿Mi tarjeta?
—Tu tarjeta
de identificación. —El capataz se giró en redondo—. Bill, tráeme la lista —miró
a Jennings de arriba abajo—. Voy a consultar la lista, amigo. Nunca te había
visto antes en la cuadrilla. Quédate aquí.
Un hombre
salió de una puerta lateral con un papel en la mano.
Ahora o
nunca.
Jennings
empezó a correr por el pasillo hacia la gran puerta de acero. El capataz y su
ayudante lanzaron un grito. Jennings sacó la llave codificada, rogando
mentalmente que funcionara. Mientras corría, extrajo también la pistola Boris.
Al otro lado de la puerta se encontraba el rastreador temporal. Unas cuantas
fotografías, unos bosquejos, y después, si lograba escapar...
La puerta no
se movió. El sudor resbalaba por su rostro. Golpeó la puerta con la llave. ¿Por
qué no se abría? Seguro que... Se puso a temblar, presa del pánico. Oyó el
ruido de gente que corría por el pasillo, hacia él. Ábrete...
Pero la
puerta no se abrió. No era la llave correcta.
Estaba
derrotado. La puerta y la llave no encajaban. O se había equivocado, o la llave
correspondía a otro lugar, pero ¿a cuál? Jennings miró frenéticamente a su
alrededor. ¿Adónde podía ir?
Divisó una
puerta media abierta a escasa distancia. Cruzó el pasillo y cargó sobre ella.
Se encontraba en una especie de almacén. Cerró la puerta de golpe y echó el
pestillo. Oyó los gritos y carrerillas que se sucedían afuera. Pronto llegarían
guardias armados. Jennings aferró con fuerza la pistola Boris. ¿Estaba
atrapado? ¿Hallaría una segunda vía de escape?
Atravesó la
sala, abriéndose paso entre sacos, cajas y altas pilas de envases de cartón. En
la parte trasera descubrió una portezuela de emergencia. La abrió en seguida.
Tuvo la tentación de tirar la llave codificada. ¿De qué le había servido? Sin
embargo, seguro que él había sabido lo que hacía. Él ya había visto esta
escena. Había sido testigo de todo, como si fuera Dios. Predeterminado. No
podía equivocarse. ¿O sí?
Un escalofrío
le recorrió de pies a cabeza. Quizá el futuro era variable. Quizá, en otra
ocasión, la llave codificada había servido para esa puerta... ¡pero ya no!
Oyó un ruido
detrás: estaban fundiendo la puerta del almacén. Jennings se precipitó por la
esclusa de emergencia y salió a un pasillo de hormigón, bajo, húmedo y mal
iluminado. Dobló una esquina tras otra sin dejar de correr. Era como una
alcantarilla, con centenares de pasadizos que partían de él.
Se detuvo. ¿Qué
dirección seguir? ¿Dónde podía guarecerse? La boca de una ancha tubería de
ventilación bostezaba sobre su cabeza. Saltó y se izó a pulso. Pasarían de
largo de la tubería. Reptó cautelosamente, azotado por un aire cálido. ¿Para
qué un respiradero tan enorme? Implicaba que, en el otro extremo, había una
cámara de dimensiones extraordinarias. Llegó a una verja de metal y se paró.
Y jadeó.
Contemplaba
una amplísima sala, de la que había tenido un atisbo tras la puerta de acero.
Allí estaba el rastreador temporal. Y, un poco más allá del ingenio, Rethrick
conferenciaba ante una videopantalla encendida Una alarma desparramaba su
sonido chillón por todas partes.
Los técnicos
corrían en todas direcciones. Guardias uniformados entraban y salían por las
puertas.
El
rastreador. Jennings examinó la reja. Estaba bien encajada. Sin embargo, al
moverla lateralmente, se le quedó en las manos. Nadie miraba. Se deslizó sin
hacer ruido en la sala, con la pistola Boris preparada. Se escondió detrás del
rastreador mientras técnicos y guardias se apelotonaban en el otro extremo de
la sala, donde los había visto por primera vez.
Tenía al
alcance de la mano los planos, el espejo, documentos, datos, fotocalcos. Pulsó
el botón de su cámara, que vibró contra su pecho a medida que la película
avanzaba. Se apoderó de un puñado de planos. ¡Quizá, sólo unas semanas antes,
él había trabajado con esos mismos diagramas!
Llenó sus
bolsillos de papeles. La película se terminó, pero también él había terminado.
Trepó por el borde del respiradero y se introdujo en la tubería. El pasillo que
recordaba a una alcantarilla seguía desierto, pero distinguió el sonido
retumbante de voces y pasos apresurados. Tantos pasadizos... Le buscaban en el
laberinto de pasadizos.
Jennings
corrió al azar con la intención de alcanzar el pasillo principal, pero percibió
enfrente un nuevo sonido. Disminuyó la marcha. El pasillo continuaba a la
derecha. Caminó poco a poco, con la pistola Boris dispuesta.
Dos guardias
estaban de pie a escasos metros de distancia, fumando y charlando. Custodiaban
una pesada puerta que se abría con una llave codificada. El sonido de las voces
que le perseguían aumentó de intensidad. Le pisaban los talones, estaban a
punto de alcanzarle.
Jennings
abandonó su escondite y alzó la pistola.
—Manos
arriba. Tirad los fusiles.
Los guardias
le miraron como atontados. Adolescentes de cabello rubio rizado y brillantes
uniformes. Retrocedieron, pálidos y atemorizados.
—He dicho que
tiréis los fusiles.
Las dos armas
cayeron al suelo. Jennings sonrió. Muchachos que, quizá por primera vez, se
enfrentaban a un problema serio. Sus botas de cuero centelleaban como un
espejo.
—Abrid la
puerta —ordenó Jennings—. Quiero salir.
Le miraron
sin reaccionar. El tumulto creció a sus espaldas.
—Abrid —se
impacientó Jennings—, rápido. ¡Abrid, maldita sea! ¿Queréis que...?
—No... no
podemos.
—¿Qué?
—No podemos.
Es una puerta codificada. No tenemos la llave, se lo juro, señor. Nunca nos dan
la llave.
Estaban
aterrorizados. Jennings también empezó a sentir pánico, a medida que los ruidos
se aproximaban. Se hallaba atrapado.
¿O no?
Lanzó una
súbita carcajada. Avanzó sin vacilar hacia la puerta.
—Ten fe
—murmuró mientras levantaba la mano—. Nunca has de perderla.
—¿Qué... qué
es eso?
—Fe en uno
mismo. Confianza.
La puerta se
abrió cuando apoyó la llave sobre la superficie. La luz cegadora del sol le
hizo parpadear. Sujetó la pistola con fuerza. Había salido al exterior, en la
puerta. Tres guardias contemplaban asombrados la pistola. Estaba en la
puerta... y más allá empezaban los bosques.
—Fuera de mi
camino.
Jennings
disparó sobre las barras de metal de la puerta. El metal ardió, se fundió y
provocó una nube de fuego.
—¡Deténganle!
Un grupo de
guardias armados salió del pasillo.
Jennings
saltó a través de la puerta humeante. El metal le hirió en diversos puntos.
Corrió, tropezó y cayó. Volvió a levantarse y se internó entre los árboles.
Estaba
afuera. Él no le había fallado. La llave funcionaba, en efecto. La primera vez
se había equivocado de puerta.
Prosiguió su
huida incansable entre los árboles, sin aliento. No tardó en dejar atrás la
fábrica y las voces. Tenía los papeles. Y estaba libre.
En cuanto se
reunió con Kelly, le entregó la película y todo lo que había conseguido guardar
en los bolsillos. Después se puso sus ropas habituales. Kelly le acompañó hasta
la periferia de Stuartsville y se marchó. Jennings contempló como el vehículo
remontaba el vuelo en dirección a Nueva York. Entonces entró en la ciudad y
tomó el primer cohete que partía rumbo a la metrópoli.
Durmió todo el
trayecto, rodeado por docenas de hombres de negocios. Se despertó poco antes de
aterrizar en el inmenso espaciopuerto de Nueva York.
Jennings
descendió por la escalerilla y se mezcló entre los pasajeros.
Volvía a
correr el peligro de ser detenido por la PS. Dos oficiales de seguridad con uniformes
verdes le miraron sin pestañear cuando subió a bordo de un taxi. El taxi se
sumergió en el espeso tráfico. Jennings se secó la frente. Por poco. Ahora se
reuniría con Kelly.
Cenó en un
pequeño restaurante, en un rincón alejado de las ventanas. Cuando salió a la
calle, el sol empezaba a declinar. Caminó sin prisa, absorto en sus
pensamientos.
Hasta ahora
todo iba bien. Había salido ileso de su aventura, y se pudo llevar la película
y los papeles. No le había fallado ni una de las baratijas. Sin ellas se habría
sentido indefenso. Metió la mano en el bolsillo. Le quedaban dos. La ficha de
póquer partida por la mitad y el recibo del paquete. Sacó el recibo y lo
examinó a la decreciente luz del atardecer.
De repente se
dio cuenta de algo: llevaba la fecha de hoy. Se le había pasado por alto.
Lo guardó y
siguió andando. ¿Qué significaba? ¿Para qué servía? Se encogió de hombros. Lo
sabría a su tiempo. Y la media ficha de póquer... ¿de qué demonios le iba a
servir? Ni idea. En cualquier caso, estaba seguro de que saldría adelante. Él
le había ayudado a progresar, hasta ahora. Pronto obtendría respuestas a todas
las preguntas.
Llegó al
edificio de apartamentos de Kelly, se detuvo y levantó la vista. Tenía la luz
encendida. Había vuelto; su vehículo particular había superado al cohete de
largo recorrido. Entró en el ascensor y subió hasta su planta.
—Hola —saludó
cuando ella le abrió la puerta.
—¿Estás bien?
—Por
supuesto. ¿Puedo entrar?
Kelly asintió
y cerró la puerta cuando estuvo dentro.
—Me alegro de
verte. Los hombres de la PS
patrullan por la ciudad, casi manzana por manzana. La policía...
—Lo sé. Vi
una pareja en el espaciopuerto —Jennings se sentó en el sofá—. Con todo, me
alegro de haber vuelto.
—Tenía miedo
de que controlaran todos los vuelos procedentes de otras ciudades y registraran
a los pasajeros.
—Carecían de
motivos para pensar que venía a la ciudad.
—No se me
ocurrió —Kelly tomó asiento frente a él—. Y ahora ¿qué? Ahora que has robado
todas esas pruebas, ¿qué piensas hacer?
—Me citaré
con Rethrick y le daré la noticia, le diré que la persona que huyó de la
fábrica era yo. Sabe que alguien se escapó, pero no sabe quién. Debe de pensar
que se trata de un hombre de la
PS.
—¿Podría
utilizar el espejo temporal para averiguarlo?
El rostro de
Jennings se ensombreció.
—No había
pensado en esa posibilidad —se frotó el mentón y frunció el ceño—. En cualquier
caso, el material está en mi poder, o en el tuyo.
Kelly
asintió.
—Muy bien.
Seguiremos adelante con nuestros planes. Mañana veremos a Rethrick, aquí, en
Nueva York. ¿Puedes hacer que vaya a la oficina? ¿Irá si le envías un aviso?
—Sí. Tenemos
un código. Si le pido que venga, lo hará.
—Estupendo.
Me encontraré con él allí. Accederá a mis demandas cuando le demuestre que las
fotos y los planos obran en mi poder. Tendrá que dejarme entrar en la fábrica,
a menos que quiera correr el riesgo de ver las pruebas en manos de la Policía de Seguridad.
—¿Y qué
pasará una vez estés dentro, cuando Rethrick haya aceptado tus exigencias?
—Vi lo
bastante de la fábrica para convencerme de que es mucho más grande de lo que
pensaba. Cuánto, no lo sé. ¡Ahora entiendo por qué él estaba tan interesado!
—¿Exigirás
compartir el control de la
Compañía ?
Jennings
asintió con la cabeza.
—No te satisface
volver a ser un simple técnico, como antes, ¿verdad?
—¿Para que me
echen otra vez? —Jennings sonrió—. De todos modos, sé que él abrigaba mejores
intenciones. Trazó planes meticulosos. Las baratijas... Ha de haberlo planeado
con mucha antelación. No, no volveré como técnico. Lo que vi allí implica que
están preparando algo grande. Y quiero participar en ello.
Kelly guardó
silencio.
—¿Entiendes?
—preguntó Jennings.
—Sí.
Jennings
abandonó el apartamento y recorrió a buen paso las calles oscuras. Había permanecido
demasiado tiempo en aquel lugar. Si la
PS les encontraba juntos, sería el final de Construcciones
Rethrick. Ahora que el objetivo estaba a su alcance, no podía arriesgarse.
Consultó su
reloj. Eran más de las doce de la noche. Se reuniría con Rethrick por la mañana
y le haría su oferta. La caminata templó su ánimo. Todo saldría bien.
Construcciones Rethrick aspiraba a algo mucho más importante que el poder
económico. Una revolución estaba en marcha. Rethrick preparaba una guerra bajo
su fortaleza de hormigón. Las maquinarias se estaban reconvirtiendo a tal
efecto. El rastreador y el espejo temporales no descansaban: observaban,
sondeaban y extraían.
No cabía duda
de que él había trazado todo el proceso. Él lo había visto con anticipación, y
había reflexionado. El problema del lavado de cerebro: al terminar el contrato
le borraron los recuerdos, destruyeron todos los planes. ¿Destruyeron? Había
una cláusula alternativa en el contrato. Otros la habían entendido y utilizado.
¡Pero no como él quería!
Él había ido
mucho más lejos que cualquiera de sus predecesores. Él había sido el primero en
comprender, en hacer planes. Las siete baratijas eran un puente para acceder a
algo superior...
Un vehículo
de la PS apareció
en la curva de la manzana. Se abrieron las puertas.
Jennings se
detuvo con el corazón en un puño. La patrulla nocturna que vagaba al azar por
la ciudad. Era más tarde del toque de queda. Miró a su alrededor. Todo estaba
oscuro. Las tiendas y las casas estaban cerradas. Silenciosos edificios y bloques
de apartamentos. Hasta los bares habían apagado las luces.
Volvió la
vista atrás y vio que un segundo vehículo de la PS se había detenido. Dos oficiales estaban de
pie en la esquina y le habían visto. Avanzaron hacia él. Se quedó paralizado,
buscando con la vista algún lugar en el que refugiarse.
El letrero de
neón de un lujoso hotel centelleaba en la acera de enfrente. Cruzó la calle y
el eco de sus pisadas resonó en el pavimento.
—¡Alto!
—gritó uno de los hombres de la PS —.
Venga aquí. ¿Qué hace en la calle? ¿Cuál es su...?
Jennings
subió los peldaños y entró en el hotel. Atravesó el vestíbulo. El recepcionista
le miró. No se veía a nadie más, el vestíbulo estaba desierto. El corazón se le
encogió: no le quedaba la menor oportunidad. Apresuró el paso sin saber qué
hacer y se internó en un pasillo alfombrado. Tal vez conducía hacia alguna vía
de escape. Oyó que los hombres de la
PS irrumpían en el vestíbulo.
Jennings
dobló una esquina. Dos hombres le cortaron el paso.
—¿Adónde va?
—Déjenme
pasar —se detuvo y buscó en la chaqueta la pistola Boris. Los hombres
reaccionaron al instante.
—Quieto.
Tenían los
brazos caídos a lo largo de los costados. Matones profesionales. Más allá de
ellos percibió luz, luz y sonidos. Algún tipo de actividad: gente.
—Muy bien —dijo
uno de los matones.
Le
arrastraron por el pasillo en dirección al vestíbulo. Jennings se debatió
inútilmente. Se había metido en un callejón sin salida. Un par de matones. La
ciudad estaba llena de matones apostados en las sombras. El hotel era una fachada.
Iban a depositarle en manos de la
PS.
Un hombre y
una mujer de avanzada edad, bien vestidos, aparecieron en el vestíbulo. Miraron
con curiosidad a Jennings, zarandeado por los dos hombres.
De pronto,
Jennings comprendió. Una oleada de alivio le invadió, hasta dejarle casi
exhausto.
—Esperen
—dijo secamente—. En mi bolsillo...
—Vamos.
—Esperen,
miren en mi bolsillo derecho, miren, por favor.
Relajó la
tensión y esperó. El matón de la derecha introdujo la mano en el bolsillo con
cautela. Jennings sonrió. Se había acabado. Él también previó esto. No existía
ninguna posibilidad de error. Esto le solucionaba un problema: dónde permanecer
hasta la hora de encontrarse con Rethrick. Se quedaría en el hotel.
El matón sacó
la ficha de póquer partida por la mitad y examinó los bordes aserrados.
—Un momento.
Extrajo de su
propia chaqueta otra ficha dividida que encajó perfectamente con la otra.
—¿Todo bien?
—preguntó Jennings.
—Claro. —le
soltaron. Se cepilló el polvo de la chaqueta con un gesto automático—. Claro,
señor, discúlpenos. Oiga, ¿tendría el...?
—Llévenme a
la parte de atrás —dijo Jennings, secándose el rostro—. Me andan buscando y no
tengo el menor deseo de que me encuentren.
—Claro.
Le guiaron
hasta la sala de juego. La mitad de la ficha había convertido lo que parecía un
desastre en una ventaja. La combinación de juego y mujeres, una de las escasas
instituciones que la Policía
toleraba. Estaba a salvo, sin duda. Ya sólo quedaba una cosa: ¡el encuentro con
Rethrick!
Las facciones
de Rethrick se endurecieron. Fijó la vista en Jennings y tragó saliva.
—No
—confesó—, no sabía que era usted. Pensamos que se trataba de la PS.
Hubo un
silencio. Kelly se sentó en una silla junto al escritorio con las piernas
cruzadas y un cigarrillo entre los dedos. Jennings se apoyó en la puerta.
—¿Por qué no
utilizó el espejo? —preguntó.
El rostro de
Rethrick enrojeció de ira.
—¿El espejo?
Hizo un buen trabajo, amigo. Intentamos utilizar el espejo.
—¿Intentamos?
—Antes de
finalizar su contrato con nosotros, usted modificó algunas conexiones del
espejo. Cuando tratamos de ponerlo en marcha no sucedió nada. Hace media hora
que salí de la fábrica; aún seguían trabajando para arreglarlo.
—¿Lo hice
antes de finalizar mi contrato?
—Por lo que
parece, lo tenía todo planificado al detalle. Sabía que con el espejo no nos
costaría nada localizarle. Es un buen técnico, Jennings, el mejor que hemos
tenido. Nos gustaría que volviera algún día, que trabajara para nosotros de
nuevo. Nadie puede hacer funcionar el espejo con su destreza. De hecho, ya no
podemos hacerlo funcionar.
—No tenía ni
idea de que él hubiera hecho algo semejante —sonrió Jennings—. Le subestimé.
Incluso su protección fue...
—¿De quién
habla?
—De mí,
durante esos dos años. Me gusta más esa fórmula.
—Bien,
Jennings. Así que ustedes dos se pusieron de acuerdo para robar nuestros
planos, ¿verdad? ¿Con qué propósito? No los han entregado a la Policía.
—No.
—Por tanto,
he de deducir que es un chantaje.
—Exacto.
—¿Para qué?
¿Qué quiere? —Rethrick parecía haber envejecido. Había perdido las ínfulas,
tenía los ojos vidriosos entornados y se frotaba la mandíbula incesantemente—.
Se ha metido en muchos problemas para ponernos en un aprieto. Me pregunto por
qué. Hizo los preparativos mientras trabajaba para nosotros, y ahora lo ha completado,
a pesar de nuestras precauciones.
—¿Precauciones?
—Extraerle
los recuerdos. Ocultar el emplazamiento de la fábrica.
—Díselo
—terció Kelly—. Dile porqué lo hiciste.
Jennings
respiró con fuerza.
—Rethrick, lo
hice para volver, para volver a la Compañía. Es la única razón; no busque más.
—¿Para volver
a la Compañía ?
—se asombró Rethrick—. Si ya le dije que podía volver —su voz era aguda y
seca—. ¿Qué le sucede? Usted podía volver y quedarse tanto tiempo como
quisiera.
—Como
técnico.
—Sí, como
técnico. Contratamos a muchos...
—No quiero
volver como técnico. No me interesa trabajar para usted. Escuche, Rethrick, la PS me arrestó tan pronto como
salí de su oficina. Si no hubiera sido por él estaría muerto.
—¿Le
arrestaron?
—Querían
conocer las actividades de Construcciones Rethrick. Querían que se lo dijera.
—Mal asunto
—Rethrick movió la cabeza—. No lo sabíamos.
—No,
Rethrick, no vuelvo como un empleado vulgar al que se despide cuando a usted le
place. Vuelvo con usted, no para ponerme a sus órdenes.
—¿Conmigo?
—Rethrick le contempló estupefacto. Su rostro se fue ensombreciendo poco a
poco—. No comprendo sus palabras.
—Usted y yo
dirigiremos, a partir de ahora, Construcciones Rethrick. Y nadie, por nuestro
propio bien, me va a borrar los recuerdos.
—¿Es eso lo
que quiere?
—Sí.
—¿Y si nos
negamos?
—Entregaré a la PS las películas y los planos;
así de sencillo. Sin embargo, no quiero hacerlo, no quiero destruir la Compañía. ¡Quiero formar
parte de la Compañía !
Quiero sentirme a salvo. Usted no sabe lo que es vagar por ahí afuera, sin
saber adónde ir. Un individuo ya no tiene ningún lugar en el que refugiarse,
nadie en quien confiar, nadie que le ayude. Está atrapado entre dos fuerzas
despiadadas, la política y los poderes económicos. Estoy cansado de ser un simple
peón.
Rethrick
guardó silencio durante mucho rato, con la vista fija en el suelo y el rostro
carente de expresión. Por fin miró de frente a Jennings.
—Sabía que
sucedería así. Hace mucho tiempo que lo sé, mucho más del que usted se imagina.
Soy mucho más viejo que usted. Lo he visto acercarse año tras año. Por eso
existe Construcciones Rethrick. Algún día, todo será diferente. Algún día,
cuando perfeccionemos el rastreador y el espejo. Cuando las armas sean
eliminadas.
Jennings no
replicó.
—¡Sé muy bien
lo que significa! Ya soy viejo, y he trabajado durante muchos años. Cuando me
dijeron que alguien había huido de la fábrica con los planos, pensé que el fin
se aproximaba. Ya sabíamos que usted había inutilizado el espejo. Sabíamos que
existía una conexión, pero no atamos todos los cabos.
»Pensamos,
por supuesto, que la
Seguridad le había infiltrado entre nosotros para averiguar
lo que hacíamos. Luego, cuando se dio cuenta de que no podía salir con la
información, inutilizó el espejo, así la
PS no tendría problemas para...
Se
interrumpió y se frotó la mejilla.
—Continúe —le
invitó Jennings.
—Así que lo
hizo en solitario... Chantaje. Formar parte de la Compañía. ¡Usted no
conoce el objetivo de la
Compañía , Jennings! ¿Cómo se atreve a querer entrar? Hemos trabajado
durante mucho tiempo. Por salvarse, nos va a arruinar, nos va a destruir.
—No les estoy
hundiendo. Puedo serles de mucha ayuda.
—Sólo yo
llevo las riendas de la
Compañía. Es mía. Yo la hice, yo la puse en pie. Es mía.
—¿Y qué
sucederá cuando muera? —rió Jennings—. ¿O estallará la revolución antes de ese
día?
Rethrick alzó
la cabeza con brusquedad.
—Usted
morirá, y nadie será capaz de continuar su obra. Ya sabe que soy un buen
técnico, usted mismo lo afirmó. Está loco, Rethrick, no puede controlarlo todo
sin ayuda, hacerlo todo, decidirlo todo. Y, además, morirá, tarde o temprano.
¿Qué ocurrirá entonces?
Hubo un
silencio.
—Por el bien
de la Compañía ,
tanto como por el mío propio..., déjeme entrar. Le seré de gran utilidad.
Cuando haya muerto, yo dirigiré la
Compañía , y es posible que la revolución llegue a buen fin.
—¡Debería
estar satisfecho por seguir con vida! Si no le hubiera permitido llevarse sus
baratijas...
—¿Y qué otra
cosa podía hacer? ¿Cómo iba a permitir que sus técnicos manejaran el espejo,
vieran su futuro y se marcharan sin ninguna protección? No resulta difícil
comprender por qué se vio forzado a incluir la cláusula alternativa en el
contrato. No le quedaba otra elección.
—Ni siquiera
sabe lo que está haciendo, ni por qué existimos.
—Tengo una
cierta idea. No olvide que trabajé para usted durante dos años.
Pasaron unos
minutos. Rethrick no cesaba de humedecerse los labios y de frotarse la mejilla.
El sudor resbalaba por su frente. Por fin, levantó los ojos.
—No. No hay
acuerdo. Nadie dirigirá la
Compañía , excepto yo. Si muero morirá conmigo. Me pertenece.
—En ese
supuesto, los documentos irán a parar a manos de la Policía —amenazó Jennings,
contraatacando.
Rethrick no
dijo nada, pero una extraña expresión cruzó por su rostro, una expresión que
estremeció a Jennings.
—Kelly
—preguntó Jennings—, ¿llevas los documentos encima?
Kelly se
levantó y apagó el cigarrillo, pálida.
—No.
—¿Dónde
están? ¿Dónde los pusiste?
—Lo siento
—respondió con suavidad—, pero no te lo voy a decir.
—¿Qué?
—Lo siento
—repitió Kelly. Le temblaba la voz—. Están en un lugar seguro. La PS nunca los encontrará, pero
tú tampoco. Se los devolveré a mi padre cuando sea conveniente.
—¿A tu padre?
—Kelly es mi
hija —dijo Rethrick—. Con eso no contaba, Jennings. Ni tampoco él. Sólo lo
sabíamos nosotros dos. Quería que todos los puestos clave fueran ocupados por
miembros de la familia. Se ha demostrado que fue una buena idea, pero era
necesario mantenerlo en secreto. Si la
PS lo hubiera adivinado, la habrían detenido al instante. Su
vida pendería de un hilo.
Jennings dejó
escapar el aliento.
—Comprendo.
—Me pareció
una buena idea ayudarte —dijo Kelly—, porque si no lo habrías hecho solo, y
llevarías las pruebas encima. Como tú mismo reconociste, si la PS te detenía con los documentos
significaba nuestro fin. Así que te presté mi apoyo. Tan pronto como me diste
los documentos, los oculté en un lugar seguro —sonrió levemente—. Nadie sabe
dónde están, excepto yo. Lo siento.
—Jennings,
puede unirse a nosotros —intervino Rethrick—. Trabaje para nosotros durante el
resto de su vida, si quiere. Podrá obtener cuanto desee, a excepción de...
—El control
de la Compañía.
—Exacto,
Jennings, la Compañía
es vieja, más vieja que yo. Yo no fui el creador. Me... me fue impuesta, como
diría usted. Acepté la pesada carga de dirigirla, hacerla crecer y encaminarla
hacia su objetivo, hacia la revolución, como usted indicó.
»Mi abuelo
fundó la Compañía
en el siglo veinte. La
Compañía siempre ha pertenecido a la familia, y así será
siempre. Algún día, cuando Kelly se case, dará a luz a un heredero que me
sucederá. Ya nos ocuparemos de ello. La Compañía fue fundada en Maine, en una pequeña
ciudad de Nueva Inglaterra. Mi abuelo era más bien tradicional, honrado y
apasionadamente independiente. Tenía un pequeño taller de reparaciones y mucho
talento.
»Cuando vio
que el gobierno y las grandes empresas se apoderaban de todo, se las ingenió
para que Construcciones Rethrick desapareciera del mapa. Al gobierno le costó
mucho controlar Maine, más que otros lugares. Cuando el resto del mundo ya
había sido dividido en monopolios internacionales y macroestados, Nueva
Inglaterra continuaba resistiendo, viva y libre, así como mi abuelo y
Construcciones Rethrick.
»Agrupó a un
puñado de hombres, técnicos, médicos, abogados y oscuros periodistas del Medio
Oeste. La Compañía
se expandió. Aparecieron armas, armas y conocimientos. ¡El rastreador y el
espejo temporales! La fábrica fue construida en secreto, durante un largo
período de tiempo y a costa de grandes esfuerzos y dinero. La fábrica es
grande, grande y vasta, hundida en la tierra a una enorme profundidad. Ya vio
los numerosos niveles; él los vio, su alter ego. Hay mucho poder almacenado.
Poder y hombres desaparecidos, reclutados por todo el mundo. Ellos fueron los
primeros, los mejores.
»Algún día,
Jennings, saldremos a la luz. No podemos seguir en estas condiciones. La gente
no puede vivir de esta manera, manipulada por los poderes económicos y
políticos. Millones de personas actúan siguiendo los caprichos o las necesidades
de gobiernos y multinacionales. Algún día se alzará la resistencia, una
resistencia fuerte y desesperada, apoyada por los humildes, no por los
poderosos: conductores de autobuses, tenderos, operadores de videopantallas,
camareros... Y ahí es donde entra la Compañía.
»Les
proporcionaremos lo que necesiten, herramientas, armas, conocimientos. Vamos a
alquilarles nuestros servicios, y no dude que aceptarán. Les seremos
imprescindibles para luchar contra las fuerzas oponentes.
Hubo un
silencio.
—¿Comprendes
por qué no debías entrometerte? —preguntó Kelly—. Es la Compañía de papá. Siempre
ha sido así, al estilo de Maine. Forma parte de la familia. La Compañía pertenece a la
familia; es nuestra.
—Únase a
nosotros —dijo Rethrick—, como técnico. Lo siento, pero es consecuencia de
nuestras limitadas perspectivas, incluso estrechas si me apura, pero
inconmovibles a través de los años.
Jennings no
dijo nada. Paseó lentamente por el despacho con las manos en los bolsillos. Al
cabo de un rato alzó la persiana y contempló la calle, con la vista perdida en
la lejanía.
Abajo, como
un diminuto escarabajo negro, un vehículo de Seguridad avanzaba mezclado con el
tráfico que atestaba la calle. Fue al encuentro de un segundo vehículo, ya
aparcado. Cuatro hombres de la PS
con sus uniformes verdes estaban de pie, y divisó unos cuantos más que se
acercaban desde la acera opuesta. Bajó la persiana.
—Me cuesta
tomar una decisión —dijo.
—Si sale le
detendrán —indicó Rethrick—. Siempre andan al acecho. No tiene otra
oportunidad.
—Por favor...
—suplicó Kelly.
—Así que no
me vas a decir dónde pusiste los papeles —sonrió de repente Jennings.
Kelly negó
con la cabeza.
—Espera.
—Jennings exploró su bolsillo. Extrajo un trozo de papel que desdobló
lentamente y leyó con atención—. ¿Por casualidad los depositaste en el Dunne
National Bank, a eso de las tres de la tarde de ayer, para que los guardaran en
su caja fuerte?
Kelly jadeó.
Se apoderó de su bolso y lo abrió. Jennings devolvió el trozo de papel —el
recibo del paquete— a su bolsillo.
—Así que
incluso vio esto —murmuró—. La última de las baratijas. Me pregunto cuál será
su utilidad.
Kelly rebuscó
frenéticamente en su bolso, con el rostro encendido de excitación. Sacó un
trozo de papel y lo agitó en el aire.
—¡Te
equivocas! ¡Aquí está! Aún lo tengo yo —se tranquilizó un poco—. No sé lo que
tú tienes, pero esto es...
Algo se movió
sobre sus cabezas. Un espacio oscuro, un círculo, se estaba formando. El
espacio tembló. Kelly y Rethrick lo miraban, petrificados.
Una pinza
surgió del círculo, una pinza de metal al extremo de una varilla brillante. La
pinza descendió, dibujando una amplia curva en el aire. La pinza arrebató el
papel de las manos de Kelly. Vaciló un instante, y luego retrocedió hasta
desaparecer en el interior del círculo negro con el papel. Después, en
silencio, la pinza, la varilla y el círculo se desvanecieron. No había nada en
el lugar que ocupaban, nada en absoluto.
—¿Adónde...,
adónde fue? —susurró Kelly—. El papel. ¿Qué era eso?
Jennings
palmeó su bolsillo.
—Está a
salvo, aquí dentro. Empezaba a preguntarme cuándo iba a intervenir él. Ya me
tenía preocupado.
Rethrick y su
hija continuaban sumidos en el silencio.
—Cambiad de expresión —dijo
Jennings, cruzándose de brazos—. El papel está a salvo... y la Compañía también. Cuando
llegue la hora actuará con energía y respaldará la revolución. Todos lo
veremos, usted; yo y su hija —miró a Kelly y le guiñó un ojo—. Los tres. Y
hasta es posible que, para entonces, la familia haya aumentado de número.
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